Joshua Bells, violinista mundialmente reconocido, hizo
recientemente un experimento. Había tocado el violín en una estación de metro
de Washington DC, sin informar a los demás sobre su identidad. Los expertos
aconsejaron a los organizadores del experimento que deberían tener más en
cuenta la seguridad. Ellos pronosticaron que muchas personas se reunirían, para
aprovechar la única oportunidad en toda su vida de escuchar la interpretación
de tan excelente violinista en la calle. Joshua Bells, con su violín de
Stradivarius de millones de dólares, manufacturado en el año 1713, comenzó a
interpretar las seis obras más maravillosas de todo su repertorio. El mejor
violinista de la época había interpretado la música más maravillosa con el
mejor violín del mundo.
Pero nadie detuvo su paso. De vez en cuando, algunos niños
se acercaban tirando de la manga de sus padres, pero los adultos estaban muy
concentrados en sus pensamientos y sólo aceleraban el paso. Solamente una mujer
reconoció a Joshua Bells y se detuvo para escuchar su interpretación. Los 20
dólares que ella pagó, luego de escuchar la brillante interpretación, fueron
más que la suma de dinero que dejaron todos los demás. Todas las personas
pasaron al lado de Joshua Bells con pasos apresurados. Porque todos tenían
cosas que hacer.
Jesús dijo: “Pero ¿a qué compararé esta generación? Es
semejante a los muchachos que se sientan en las plazas y dan voces a sus
compañeros diciendo: ‘Os tocamos flauta, y no bailasteis...’” (Mt. 11:16-17).
El Señor está interpretando en este momento. Sin embargo, ¿podemos nosotros
oírlo o no? ¡El que tiene oídos, oiga!
[El yo que quiero ser]/ John Ortberg
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